Mérida: la ciudad vendida entre gentrificación, turistificación y neocolonialismo
En los últimos 30 años, el panismo ha convertido a Mérida en una vitrina para extranjeros, disfrazando la pérdida de identidad como “progreso”. Bajo la bandera del desarrollo urbano y la “Mérida blanca”, las administraciones panistas han permitido que el Centro Histórico sea invadido por extranjeros con billeteras gruesas, que compran casas coloniales y desplazan a familias yucatecas. Lo llaman inversión, pero es gentrificación: el arte de embellecer la pobreza para que otros la disfruten.
Ahora, la historia se repite con la turistificación, esa práctica donde nuestras tradiciones se vuelven espectáculo para el lente extranjero. El Ayuntamiento anunció el Desfile de Catrinas 2025 como parte del Festival de las Ánimas, un evento que antes era un homenaje al alma y hoy es solo un show “instagrameable”. Los altares mayas se transformaron en escenografía para influencers, y los rezos por los muertos en hashtags de turismo cultural. La alcaldesa Cecilia Patrón ha convertido el legado de nuestros abuelos en mercancía de exportación: tradición al gusto del turista, sin alma, sin raíz.
Y detrás de todo esto, late el neocolonialismo disfrazado de modernidad azul. Mérida ya no se gobierna desde el corazón del pueblo, sino desde los intereses de quienes vienen a comprar tierra, cultura y silencio. Mientras los panistas presumen convenios en Europa, acá seguimos viendo cómo la ciudad se llena de edificios para extranjeros y se vacía de yucatecos. La Mérida que era del pueblo hoy pertenece a los forasteros. Todo gracias a treinta años de gobiernos que prefirieron vender la identidad a cambio de euros, selfies y aplausos importados.


