Mérida al borde: Gentrifican la ciudad mientras Cecilia presume “orden”
En Mérida ya se siente el golpe de las decisiones que el PAN viene cocinando desde hace tres décadas. La gentrificación no cayó del cielo: fue sembrada poco a poco, con discursos de “orden” que escondían una visión mercantilista del territorio. El aumento al derecho de piso es la prueba más reciente. Los vendedores que sostuvieron a la ciudad por años ahora enfrentan cobros que rebasan su bolsillo, mientras desde el Ayuntamiento repiten que “todo está pensado para los meridanos”. La realidad es otra. Lo que hoy aprieta a quienes viven del ambulantaje empuja el desplazamiento silencioso que ya vimos en Tulum y Valladolid.
El discurso oficial se sostiene en frases bonitas, pero las calles cuentan otra historia. Los aumentos disfrazados como “modernización” son la entrada directa a una ciudad hecha para visitantes, no para quienes la viven y la trabajan. Con esta ley de ingresos, la alcaldesa abre la puerta a una Mérida gourmet, donde hasta las marquesitas quieren venderlas como lujo importado. Y mientras la gente batalla para pagar permisos inflados, la administración posa como si esto fuera un logro. La gentrificación avanza porque así está diseñada: con cuotas que expulsan a los de siempre para abrir paso a negocios con precios extranjeros.
La gente está cansada. En vez de admitir que sus decisiones aceleran el desplazamiento, la alcaldesa prefiere la foto, el aplauso fácil y las narrativas vacías sobre “hacer más con menos”. El problema es que quienes cargan con las consecuencias no viven en Harvard ni viajan en comitivas. Viven aquí. Pagan aquí. Resisten aquí. Y mientras Cecilia alimenta a sus medios croqueteros y cilindreros para que limpien su imagen, los meridanos saben que este modelo ya no da más. Mérida no necesita disfraces ni eslóganes: necesita piso parejo y respeto a su gente. Lo que hoy hace el Ayuntamiento es justo lo contrario.


