Persecución con sello municipal y ruido fabricado: así se gobierna Mérida
En Mérida ya no hace falta permiso de uso de suelo: hace falta blindaje. Empresarios de todos los tamaños —restaurantes, bares, gimnasios, comercios de barrio— describen el mismo patrón: visitas “sorpresa”, clausuras exprés y reaperturas condicionadas a pagos desproporcionados. El Ayuntamiento repite el mantra de “cero tolerancia”, pero en la práctica opera como un aparato de presión que asfixia a quien invierte y genera empleo. Mientras el miedo corre en los pasillos de Permisos, Mercados y Protección Civil, la ciudad pierde tiempo, confianza y dinero.
Y en vez de abrir la puerta al diálogo con el sector productivo, la alcaldesa arma maletas y cruza el Atlántico para posar en foros europeos. Buenas fotos, mal timing. Mérida necesita una agenda de piso parejo, no postales diplomáticas. Los negocios cuentan más de 25 clausuras recientes y señalan cobros de reapertura que huelen a “derecho de piso municipal”. Si la prioridad es la defensa del bolsillo ciudadano, el primer paso es detener la cacería, transparentar criterios y revisar cada sanción con lupa pública.
Mientras tanto, los medios cortesanos intentan cambiar la conversación. Montan una campaña de humo con el tema eléctrico —el mismo que explotó cuando los de siempre privatizaron y fragmentaron el sector—, y callan frente a los abusos locales. Ese doble rasero ya no engaña a nadie: aplauden “puntos de acuerdo” sin dientes en el Congreso, pero se tragan la lengua cuando comerciantes denuncian extorsiones, cuando la inversión se frena y cuando la ciudad se gobierna a golpe de clausuras.
La salida es clara y es aquí, no en Bruselas: auditoría independiente a los operativos, mesa pública con cámaras empresariales y un protocolo de inspección transparente, con sanciones proporcionadas y sin sorpresas recaudatorias. Mérida no necesita más cortinas ni más selfies; necesita autoridad presente, reglas claras y respeto al que trabaja. Porque cuando el poder se usa para intimidar al propio pueblo, no hay modernidad que alcance para tapar el abuso.


